Era un día de esos que no se olvidan… cuando la vida te golpea y no te dan incapacidad.

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Era un día de esos que no se olvidan (02 de Octubre), que parecía muy normal. Las actividades en la planta de “Chilitos Toreados SA de CV” terminaron y todos, entre suspiros y bostezos de las 9 de la noche, disponían a irse a descansar. 

Joaquín, entre ellos, tomó su bicicleta con su mochila a la espalda y subió todo el volumen de sus audífonos. Los kilómetros rodaban en la noche y el aire a besos en su cara le gritaba «ya quiero llegar».

El camino, como la vida y sus múltiples infidelidades, lo sorprendió virando por la derecha. Confirmando en cuero propio esas teorías de Física que nos enseñan en la secundaria y que se nos olvida cuando juramos que «Diosito así quiso que fuera»: salió volando con toda la fuerza al mismo tiempo que un auto, el culpable, aceleró estruendosamente pasando por encima de su único medio de transporte. «¡Mi bicicleta!», grito, sacudiéndose las manos llenas de charco, mientras se incorporaba a su nueva realidad. 

Mareos, dolor en las costillas y, lo más escandaloso según el de la ambulancia, un hilito de sangre que llovía a chorros de su oído izquierdo.

Tanto era el dolor, pero más el respeto por su bella damisela, que decidió regresar a casa cojeando antes de ir a parar a un hospital. Más vale llegar directo por unos apapachos, que aguantar reclamos celopatas ahogados en gritos insoportables que adornan un «¿Dónde has estado?”. 

Ahí iba con su patita desconchabadita: Triste, sin bici, sin ganas de ir a trabajar al día siguiente, pero bien montado en un coraje más grande que Iztapalapa. 

Al día siguiente, entre los brazos de su amada, decidió que era buen momento para ir al Seguro Social. Porque no vaya a ser que los raspones sean heridas de muerte, pero también para callarle la boca a la morra guapísima de Recursos Humanos -una tal Ce Velázquez- y de paso restregarle el papel en la cara a su jefecito, quien, según él, tiene la inteligencia de una ardilla aplastada. 

«Ves, wey, me atropellaron y estoy aquí. Porque soy bien cumplidor. Merezco un aumento de sueldo, o ya de perdis móchate con las cocas», espetó.

Riesgo de Trabajo, así trazó el doctor en sus hojas. Un día de incapacidad. 

¿Sólo uno?

«Señor, los raspones de sus rodillas son apenas caricias. Si la vida lo ha golpeado de esa manera y sigue en este mundo vivito y coleando, por favor váyase a trabajar», dijo el doctor.